Microplásticos en los océanos: el enemigo invisible
Patricia Zavala Jiménez
vicepzavala@fsimilares.com
En los océanos flotan alrededor de 3,4 millones de toneladas de plásticos y, cada año, ingresan más de 500 mil toneladas, reveló el estudio de la revista científica Nature Geoscience; sin embargo, se desconoce la cantidad de microplásticos que perduran en el fondo del mar o de los ingeridos por la fauna marina.
En 2004, el especialista Richard Thompson, padre del término “microplástico”, los definió como cualquier fragmento o fibra de plástico con un tamaño inferior a 5 milímetros.
Esto se debe a las fragmentaciones que experimentan a causa de la degradación por los rayos ultravioleta, el viento u oleaje. Por tanto, una botella, tapa o bolsa se divide en millones de pedazos y forma los micro o nanoplásticos.
Dicho proceso de fragmentación en los océanos ocurre desde la década de los 50 con la producción masiva mundial de plástico. De acuerdo con el estudio mencionado, se estima que en el fondo marino hay 6,2 millones de toneladas de estos residuos.
Carlos Cáceres Martínez, consejero técnico y coordinador del programa de Educación Ambiental de la asociación Efecto Arena, destaca que existe otro problema: “Los pedazos de plástico absorben lo que está a su paso, por ejemplo, si el agua está contaminada con un metal pesado o insecticida, los chupa y los concentra”.
Así que el diminuto tamaño de los microplásticos aumenta la posibilidad de que sean consumidos por organismos marinos hasta causarles la muerte. Si el zooplancton los ingiere pueden obstruir su intestino o asfixiarlo.
También es común que los peces, ballenas, delfines, lobos marinos o focas coman fragmentos plásticos, que se quedan incrustados en su organismo y, por tanto, adhieren los contaminantes hasta enfermar o morir.
“Cuando un animal marino come un pez contaminado con microplásticos, se le quedarán almacenados en los órganos, y padecerá el mismo problema. A este fenómeno se le conoce como ‘bioacumulación’, es decir, estamos comiendo las presas que ya los contienen”.
Cáceres Martínez explica que estos contaminantes interfieren en el organismo vivo que las consume: afectan sus hormonas y, a su vez, impactan en su respiración, comportamiento, desarrollo o reproducción.
Las ballenas son más vulnerables porque se alimentan por filtración, las hace más susceptibles a comer microplásticos de manera directa, e indirecta al ingerir los que están dentro de sus presas.
“Los seres vivos estamos acumulando residuos al comer peces, moluscos u otros alimentos contaminados. Por esa razón, los microplásticos son el enemigo invisible”.
Según un estudio de la Universidad de Baja California, la arena de la península también contiene estos contaminantes, así como los ostiones o los corales.
Carlos Cáceres estima que otras playas más turísticas están más contaminadas: “La situación en los océanos por los microplásticos es alarmante. Lo más grave de todo es que, a estas alturas, no podemos contener estos residuos”.
La razón es que, una vez que están en los mares, retirarlos de forma efectiva es inviable por su diminuto tamaño, además, de ser tan numerosos. Si bien se pueden capturar los plásticos grandes, no es posible filtrar todos los océanos para retirar los microscópicos.
Se calcula que el plástico tarda entre 100 y mil años en descomponerse; a las bolsas de plástico les lleva alrededor de 400 años.
El especialista destaca que la única manera en la que el ser humano puede contribuir es de forma individual al reducir el uso de plásticos.
Y recomienda: “Cuando compre comida, en vez de usar desechables, lleve un contenedor propio para que ahí se la sirvan; recicle los contenedores que ya tenga u opte por los de cristal; no utilice las bolsas de plástico, prefiera las de fibra y evite el sobreconsumo”.
Por su parte, la Fundación SíMiPlaneta desarrolla una labor clave en esta problemática al apoyar a la asociación Efecto Arena que impulsa el proyecto “Siembra un coral en la Bahía de La Paz, Baja California Sur”, a fin de salvaguardar el océano Pacífico.