Educar para la vida
Alejandra Cervantes NeriTw: @lilly_alee
La contaminación del aire, agua y suelo avanza a pasos agigantados.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, en 2012, murieron más de 12 millones de personas, debido a enfermedades causadas por vivir o trabajar en ambientes poco saludables.
Además de involucrar la salud de la población, la pérdida del patrimonio medioambiental es latente.
La educación ambiental es parte esencial de la vida de los seres humanos. Este concepto fue definido por primera vez, en 1969, por William Stapp, doctor de la Universidad de Michigan, quien se refirió a esta como la manera de concientizar a la población y demandar a los gobiernos el uso de energías alternativas.
Esta necesidad ha crecido con los años. Por esto, cada 26 de enero se celebra el Día Mundial de la Educación Ambiental, decretado en 1975, en Yugoslavia, durante el Seminario Internacional de Educación Ambiental, donde participaron expertos de más de 70 naciones, quienes fijaron los objetivos básicos en la Carta de Belgrado.
Uno de ellos se refiere a fomentar conciencia y una preocupación por la interdependencia económica, social, política y ecológica en áreas urbanas y rurales. También, dar a cada persona la oportunidad de adquirir conocimiento, valores, compromiso, habilidades para mejorar el medioambiente y establecer nuevos patrones de comportamiento hacia este.
La educación ambiental debe ser un proceso permanente y, a la vez, mostrar convergencia de todas las áreas del conocimiento para comprender cómo se han relacionado los seres humanos con el medioambiente a lo largo de la historia. Además, debe invitar y motivar a la sociedad a tomar acción y buscar soluciones con una actitud crítica, responsable y participativa.
Se trata de entender a la naturaleza, no como fuente inagotable de recursos, sino como un conjunto de ecosistemas frágiles con sus propias exigencias, que deben respetarse por interés propio y supervivencia.